viernes, 7 de mayo de 2010

Tenía diecisiseis años. Te miraba y sonreía. Mi sonrisa multiplicada por infinito era el regalo que me dabas cada día. Para mi era suficiente. Para mí fue suficiente. Nunca le puse nombre a lo que sentía por ti, no había necesidad. Tampoco hubo necesidad de ser algo más que amigos; amigos que compartieron unos días, los suficientes como para hacer de ti alguien inolvidable.

Hoy, años después, queda de todo eso sólo una flor de papel, una separación cuyo comienzo hoy parece borroso -igual que la foto que miro en tu perfil- y una sonrisa.

Siempre una sonrisa. Siempre una flor. Siempre un globo.

En mi vida hay pocas personas indelebles y tú eres una de ellas. Lo nuestro -algo absurdamente pretencioso, decir lo nuestro - llenó muchas de mis horas vacías. Fue sencillamente divertido. Fue sencillo y punto. Nunca te dije que me hacías suspirar. Hoy te lo dije después de diez años y me dio risa. Risa no recordar que envié un mensaje de 14 de febrero que termino por separarnos. Me esfuerzo tratando de recordar el enviarlo, primer paso para recordar qué decía, pero mis esfuerzos no reportan ningún resultado.

La memoria es siempre un territorio de la fantasía.

¿Quién escribió las reglas, quién puede cambiarlas? ¿Contra quién he de elevar el dedo acusador? ¿A quién he de culpar por este desprecio? ...