lunes, 13 de julio de 2009

Del baúl de los recuerdos IV. Eva y las nubes.

Eva y Jan estan tirados en el pasto, Eva mira las nubes y señala formas que Jan apenas comprende, para él no son más que millares de microscópicas gotas de agua que se condensan allá, arriba, muy lejos; formas caprichosas en las que no puede adivinar al escarabajo, el barco, el mundo que Eva prácticamente le obliga a ver. Mientras Eva estira el brazo siguiendo el contorno de un hipotético hipopótamo , Jan sigue la figura alta y un poco desgarbada de esa mujer tirada a su lado. Las nubes no son lo que solían ser, Eva no es lo que solía ser, todo se ha transformado en algo más, quizá algo mejor. La mira sonreir, le encanta la manera en que es capaz de divertirse con esas gotas petrificadas por instantes que recortan el cielo azul grisáceo. Sí, el cielo tampoco es lo que solía ser. Ahora es asunto de todos los días que aquello que nos rodea se convierta en una amenaza. Lluvia ácida, eso es lo que caería si la unión de esas gotas absurdas provocara una rebelión estratosférica cuyo enemigo final parecemos ser nosotros.

Pero sí, es divertido también para él que Eva observe dinosaurios, flores, galaxias mientras él observa esos rasgos que se sabe de memoria, mientras traza los imaginarios meridianos que recorren su cuerpo con una invisible energía que poco a poco ha ido descubriendo; paradisíacas líneas capaz de conducirlos a ambos a la gloria, a un cielo que jamás será del mismo color plomizo de éste contra el que se recortan las gotas asesinas. Si se mira bien, el entretenimiento de ambos resulta muy parecido: ella es sólo un conjunto de moléculas. Igual que las nubes. Igual.

¿Quién escribió las reglas, quién puede cambiarlas? ¿Contra quién he de elevar el dedo acusador? ¿A quién he de culpar por este desprecio? ...