Tuve ganas, pero seis serpientes se enredaron
En la sequedad de mi garganta.
Tuve ganas de llorar a mares,
Hasta que mis ojos desbordaran entre barcos de papel
Tripulados por las voces que alguna vez gritaron en mi cabeza.
Tuve miedo, mucho miedo.
Pero el miedo no hace nada, sólo nudos en la garganta,
Un par de rasguños en el brazo
Y una terrible y reseca soledad.
Tuve ganas de gritar y no lo hice,
Deje que me pidieras perdón
Como tantas otras veces;
Y como tantas otras veces, deje que pensaras que te creía.
Ya no hay más que harapos para vestir mi alma,
Jirones desgarrados de lo que alguna vez pudo ser ropa,
Resquicios inundados de hiel endulzada
-tú la haces pasar por miel-.
Y suena, suena todo el tiempo,
Este arrastrar de piedras,
Este chocar de latas,
Este inmerecido dolor que he elegido.
El misterio de amarte es tan grande,
¿por qué me pesas tanto?
¿por qué me robas el aliento?
Tuve ganas de dejar de amarte,
De haber sido hijo mio te habría abortado.
Tuve ganas de odiarte, tuve ganas de golpearte.
Pero lloré.
Y no se desbordaron mis ojos,
Ni salieron flotando en barcos
Mis imaginarios compañeros.
Sólo me doliste más,
En cada uña, en cada cabello.
¿Por qué tenía que conocerte?
¿Por qué no engañarme pensando que eras otro?
¿Por qué tenía que encontrarte en esta inmensidad?
De no amarte tanto no me dolerías,
Me quemas como hielo, ¡me quemas!